Así empezaba un camino hacia nuevos jardines de representaciones, un nuevo bosque de imágenes. Las obras de arte que amasa en sus años jóvenes casi la misma llave. El arte no era sino la contemplación del mundo en el estado de gracia y de la iluminación: el arte revelaba a Dios detrás de cada objeto. Con calma vagaba extasiada por el mundo. Cada árbol participaba en un hechizo, levantando sus ramas con más gracia al cielo, o colgando más suavemente hacia la tierra, todo era símbolo y revelación. Sombras de nubes, violáceas y transparentes, se perseguían en la superficie del logo, estremeciéndose en dulce ternura. Cada piedra yacía llena de sentido al lado de mi sombra. Tan hermoso y profundo, tan sagrado de sentido y digno de amor me parecía el mundo, como nunca antes lo fuera, salvo quizás en los años impregnados de misterio y leyendas de la primera infancia.¡Pero me sentía muy a gusto envuelta en las tinieblas, sin saber dónde despertaría mañana! Me detuve frente a la ventana mirando la oscuridad, escuchando el ruido de la lluvia que evoca tiempos pasados. ¿Qué querían de mí la ventana, la noche, la lluvia? ¿Qué le importaba ese viejo álbum de mi infancia? ¡Oh, vida maravillosa. Una vida sin miedo! Vencer el miedo, he ahí la felicidad, la liberación. En realidad dejarse caer, el salto en lo incierto, ese pequeño salto por sobre todas las seguridades que existían. El que se había entregado una vez, única vez, el que había practicado la gran confianza, encomendándose al destino, aquel estaba libertado. No obedecía más a las leyes de la Tierra, había caído en el universo y giraba al lado de los astros. Así, era tan sencillo, que cualquier niño podía comprenderlo, cualquier niño podía saberlo. HaikuNo lo pensó comolo piensan los pensamientossino lo vivió.ColaboraAurora Bitó[email protected]
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