Nacida y criada en la conservadora sociedad salteña, Milagro Medrano rompió los moldes desde que tiene memoria. La actual gerente de Relaciones Institucionales y Atención al Cliente del Banco Macro y una de las tres mujeres en la mesa donde se toman las decisiones de la firma que se posicionó primera en el ranking de Bancos Nacionales de capitales privados, aprendió a manejarse en el mundo de las finanzas con su propio estilo y sin perder la feminidad, y ese estilo está lejos del prototipo de ejecutiva tradicional “masculinizada”. Ella es moderna, canchera, atractiva, tiene seis tatuajes (por ahora) que atesora y que representan su lado espiritual, habla sin rodeos ni eufemismos, es frontal pero a la vez conciliadora, atesora cada lugar que su trabajo le permitió conocer alrededor del mundo, no reconoce más vínculos que el de los afectos en cuanto a relaciones familiares (viene de una familia ensamblada con hermanos que lo son por amor, no por sangre), y es una férrea defensora del reconocimiento a las capacidades individuales por sobre los cupos femeninos y demás políticas de discriminación positiva. Racional hasta la médula, sin embargo aprendió a valerse de su sexto sentido, una herramienta que hoy valora pero que no siempre tomó en cuenta. Es que cuando arrancó en este mundo eminentemente masculino, creyó que no había lugar en las relaciones comerciales para la intuición, esa habitante casi permanente del alma femenina que induce a aceptar o rechazar a una situación, a un trato o a una persona sin explicación aparente, pero que al final se autoconfirma. SímbolosEn un mundo que todavía se plantea la igualdad como lucha, como tema pendiente, Milagro siente que al menos en su empresa dejó de tener este cariz. Pero no todo el ambiente empresario tuvo ese avance, de allí que la posibilidad de ejercer un rol trascendente siendo mujer, nos llame la atención y nos impulse a preguntarle cómo hizo. “El mundo de las finanzas en general y la Banca en particular siempre fue un ámbito masculino. Cuando me fui a vivir a Buenos Aires en el 2002 y comencé a asistir a reuniones empresarias, a eventos de distintos bancos, éramos muy pocas las mujeres que estábamos ahí con un rol importante o de toma de decisiones. Y seguimos siendo pocas. Lamentablemente esta disparidad numérica hace que las mujeres queramos imitar al hombre, -tanto en las maneras como hasta en el aspecto- para tener ese espacio de poder, y creo que es un error. Lo más importante es que la mujer tiene ciertas habilidades y aptitudes que encajan perfectamente en este mundo cuando una se anima a expresarse tal como es, y en toda su feminidad” explica “Mili”, como la llaman los ocho mil y pico de empleados del banco que la conocen porque viaja permanentemente de una provincia a otra, de una sucursal a otra. Cuando se refiere a la feminidad, no lo hace respecto de un patrón o modelo deseable de mujer, ni a los atributos asociados al rol tradicional de las mujeres obedientes, silenciosas, abnegadas, sonrientes, complacientes, sino todo lo contrario. “Para asumir liderazgos, la mujer no tiene porqué someterse a los mandatos tradicionales y ser de determinada manera o mostrar determinados modales. Tampoco tiene que parecerse al hombre ni en el manejo de grupos de trabajo ni en la toma de decisiones. Por el contrario, hay habilidades y capacidades que tenemos las mujeres que nos sirven muchísimo para ocupar espacios importantes. Somos “multitask”, podemos hacer varias cosas a la vez, está en nuestro ADN y es una de las grandes ventajas que tenemos en el ámbito laboral. También es propio de las mujeres una especial manera de trabajar en grupo, que no significa ser más blanda o más dura, sino tener la capacidad de ver el foco pero también el contexto, ver el cuadro completo y orientar el trabajo con esa visión”, explica. “Clara y directa para arriba y para abajo” define su fórmula en el manejo cotidiano de la vida laboral.Y finalmente un consejo: dejar de autoexigirnos con la supuesta efectividad “limitada” cuando ejercemos roles diferentes al mismo tiempo: “Podemos ser buenas empresarias, buenas mamás, buenas parejas, y todo en el mismo momento. Creer que si somos buenas en una cosa somos malas en lo otro es una autoexigencia que no siempre responde a las expectativas de los demás, sino a los mandatos que una misma se impuso inconscientemente. Liberarnos de esto y aceptar que somos buenas en todo es un merecido autoregalo”. PorMónica [email protected]
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