“El mundo de Aurora” permitió la entrega al Hospital Materno Neonatal de quince termómetros, más de dos mil pañales y una importante cantidad de algodón, todos elementos solicitados por el nosocomio; además de a muchos llevarse obras cargadas de historia y a otros disfrutar de una muestra sin precedentes, por la multiplicidad de técnicas que alojó el Multicultural La Costanera entre agosto y septiembre pasados.En la oportunidad, impulsada por la necesidad de mostrar lo aprendido en su recorrido a lo largo y ancho del globo, Aurora Bitón abrió el baúl de los recuerdos, lo expuso y ofreció magníficas obras de arte a precios módicos, en beneficio del centro de salud.Ya con los actas de donación en mano, la multifacética artista contó a PRIMERA EDICIÓN que se notó la colaboración del público más humilde, que se llevó “libros, que si bien me fueron dedicados, decidí dejar a disposición, porque si mañana me pasa algo por ahí los tiran; también revistas de distintos países y textos míos, además de fotos postales y haiku”.También “veinte cuadritos pequeños, confeccionados con el arte de recortar, de los que quedó uno solo; flores de semiporcelana, pero no las que se acostumbra a ver acá, tenían treinta años y estaban impecables; y una cerámica que hice en Ecuador, que es casi porcelana, con flores”, describió.Lamentablemente las obras de más valor fueron las que quedaron, como una “talla de madera maravillosa, que expuse en varias oportunidades y valuamos en ocho mil pesos; una pintura que gané en un campeonato de golf, en Buenos Aires, un pastel maravilloso, un niño sentado, como un angelito; o cuadros que pinté con pintura vegetal”, mencionó.La historia más allá del objetoTodo lo expuesto por Aurora guarda un pasado, una historia de alguna parte del mundo. Un óleo, por ejemplo, que nació en Perú, a pedido de un profesor para un final del curso, “hice los Andes, el sol, el cielo rojo, como lo vi, abajo el gran valle del Amazonas, que nace en Perú, pero cuando llevo mi cuadro, feliz, el profesor dijo ‘¿esto es un abstracto?’ Y nadie contestó nada, ‘la señora no sabe lo que es un abstracto, así que me trae un abstracto’, agregó. Iba a romperlo, pero me senté, hice un cuerpo, unos colibríes, como infantil, abajo un huevo chiquito y quería hacer otro y cada vez me salía más grande, unas rayitas y lo llevé, ‘ah, ahora sí, la señora sabe lo que es un abstracto’, fue la respuesta. Ese primer cuadro lo guardé en un placard, un día veo un llamado de la Subsecretaría de Cultura para participar en la primera Bienal del país, en la Biblioteca Nacional, con el mismo envoltorio con que estaba, lo mandé. Pasó el tiempo y me notificaron que mi cuadro fue seleccionado entre cuarenta pintores misioneros y terminó entre los cuatro finalistas; a todos nos dieron el primer premio, ese día me dije ‘soy pintora’”, confió Aurora.“La filigrana de madera me llevó seis meses de capacitación, antes hice cien pajaritos, luego cien grullas de madera, con el pico finito y largo, allí entendí que todas las técnicas se aprenden haciendo cien. Hice pintura sobre porcelana en Portugal, me dieron un azulejo dividido en cien cuadritos y a pintar hojas según el modelo, después cien pétalos, después cien pimpollos, cien rositas, luego con liner movimientos especiales, decorativos, para trabajar en oro, y recién entonces llegaron trabajos que realmente fueron joyas”, sostuvo.Y añadió que “el arte de recortar lo aprendí en Polinesia, con una vecina francesa, de quien vi exposiciones y me enamoré, me acerqué y me enseñó a recortar y dar terminaciones con movimiento, a crear una escenografía; cuatro años estuve y un día dije que no iba a seguir porque me hacía recortar, terminar los bordes, y no podía lograr lo que ella, entonces me enseñó el secreto, que me pidió guardar para que el arte no se vulgarice”.Como el arte de recortar precisa de una marquetería especial, requiere dos o tres marcos para poner la pieza, el vidrio tiene que ser antirreflejo, para que la luz no afecte, Aurora también se capacitó en este rubro, en México, nada más y nada menos que en la Escuela de Cantinflas, en San Miguel de Allende, donde también incursionó en el vidrio soplado. Como estas, mil historias guardó “El mundo de Aurora”, de las que muchos se llevaron un trocito y, de paso, colaboraron con el Hospital Materno Neonatal.
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