Amilton Rodhe aprendió de su padre a unir la fuerza, el ingenio y la destreza a golpe de martillo, ayudándose de la fragua, la morsa y el yunke para vencer la dureza del hierro y moldearlo a su antojo, oficio que lleva desempeñando hace más de sesenta años en este municipio y por el que su comunidad lo reconoció con una placa en un acto emotivo. Su taller encierra tesoros, piezas con más de seis décadas que cuentan su historia y la de sus antepasados, como una pava bicentenaria, una herencia que trajo su abuelo paterno desde Europa.Amilton es un hombre sencillo, que lleva sobre sus hombros toda una vida de trabajo. “Es un ejemplo para los jóvenes, pasó de todo, cosas buenas, pero también muchos momentos duros y nunca se detuvo, siguió adelante, es un verdadero ejemplo para todos los jóvenes que lo conocemos”, dijo Jorge, un amigo que puso en su voz la de muchos otros vecinos del pueblo.“Mi padre es una persona muy recta, y estricto en todos los sentidos, pero eso no quita que es un padre muy bueno y generoso, un hombre muy trabajador, lo amamos mucho y lo aceptamos tal cual es, con todo el corazón”, expresó su hija Viviana.En una entrevista con PRIMERA EDICIÓN, Amilton contó que nació el 24 de septiembre, en 1939, en Leandro N. Alem, y poco después sus padres, Juan Rodhe, oriundo de Ijui (Brasil) y María Frida Katz, se instalaron en Campo Grande, donde pasó su infancia. Allí cursó la primaria en la Escuela 150, “porque mis padres me obligaban; yo en esa época solo quería cazar y pescar”.Cursar el secundario significaba alejarse de la familia, viajar a Oberá y no quiso. Su madre fue determinante para lo que después sería su oficio de toda la vida. “Me dijo: ‘Si no queres estudiar tenés que trabajar’. Y así comencé a trabajar como herrero, profesión que aprendí de mi padre desde muy pequeño”, recordó. Y su historia pareció pasar frente a sus ojos: Su primer matrimonio con Dora Nauzchuetz, con quien tuvo dos hijas, Viviana María y María Luisa Rodhe; la viudez y el rehacer su vida con Angélica Bueno, con quien lleva ya 20 años. Sobre la ocupación que abraza hace más de medio siglo dijo: “El oficio del herrero es uno de los más duros. Antes se fabricaban carros, arados, cadenas para arrastrar rollo, azadas, hachas… todo se hacía a pulmón, no existía la soldadura, no había máquinas, solo el martillo, la fragua y la morsa. También trabajé en un secadero de yerba, pero la herrería estuvo en toda mi vida”, dijo.Fuerza y dominio“En comparación a tiempo atrás, es muy poco lo que trabajo, la fuerza ya no me da para dominar el hierro y eso es fundamental para hacer una pieza. Por ejemplo, en lo que antes tardaba tres horas, ahora lo termino en uno o dos días. Trabajo un rato y descanso, antes un martillo de cinco kilos lo levantaba con una mano y hoy todo eso me cuesta mucho más”, confesó.En sus comienzos no había luz, entonces “se levantaba tomaba unos mates y ahí empezaba, a la luz del petromax, desde las 4 de la mañana hasta el mediodía y desde la tarde hasta la noche”, rememoró. Hoy, a pesar de estar jubilado, continúa en su taller, “porque me gusta, además me entretengo”, reconoció.Los carros para bueyes fueron los trabajos más pedidos, mientras que actualmente las cuchillas de cosechar té son las más requeridas. Se fabrican “a partir de un molde, con un elástico de auto, se suelda, se pone en la fragua, se calienta, se plancha, se hacen los huecos, el filo y se moldea”, describió e hizo hincapiés que “es necesario que la materia prima sea de buena calidad”.“La venta no es tanta como hace algunos años, depende de la necesidad de los colonos que llegan desde Campo Ramón, Campo Viera, San Pedro, San Vicente. Hoy muchos objetos como la foisa y cuchillos vienen mecanizados”, lamentó.Más adelante comentó que “se puede moldear un caño para cosechadora de té de hasta ochenta centímetros de largo en forma media luna, lo que implica calentar en la fragua” y “con una palanca voy doblando, eso requiere de mucha fuerza, hay máquinas que doblan, pero no existen para esa medida tan gruesa, no resisten, se rompen, por eso los colonos recurren a mí”, contó Amilton.Sin dejar de lado todo lo que aprendió a lo largo de estos años , Amilton reconoce que debió adaptarse a nuevas tecnologías, amoladoras, esmeriles, soldadura eléctrica, compresor, herramientas para las que no había instructor, “así que a base de ensayo y error fui aprendiendo”, reveló.
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