“Si algo malo puede ocurrir, va a ocurrir”, decía más o menos la Ley de Murphy. En Estados Unidos la mayoría no eligió a Donald Trump, pero por esas cosas del sistema electoral, desde enero será el nuevo presidente del “imperio yanky”. Pocos lo vieron venir. Ahora lo explican como una falla del sistema, pero en realidad es un reflejo del sistema. La depresión y la pulsión suicida del complejo económico-social-político que apareció en forma de caricatura grotesca. El millonario supo encarnar los deseos reprimidos de millones de votantes, el lado oscuro de la gente. “Echaremos a los inmigrantes indocumentados que trajeron delincuencia, levantaremos un muro, protegeremos nuestras fronteras, impediremos el arribo de refugiados, analizaremos si los acuerdos comerciales con el mundo nos favorecen, las empresas estadounidenses deberán invertir en “América” y crear puestos de trabajo para los “americanos” etc. etc. etc. Desde aquí hasta se puede llegar a entenderlos. ¿Quién estaría en contra de hacer grande a la nación? (hay algunos). ¿Quién no conoce a alguien que prefiere la imposición, la mano dura, la acción violenta y rampante antes que solucionar conflictos por la vía del acuerdo? Basta con prestar atención cómo en las redes sociales los usuarios exudan sus sentimientos más primitivos ante el delito, la inmigración de países limítrofes, la corrupción de la política, el machismo recalcitrante, el feminismo extremo, o posturas religiosas que hacen recordar la época de las cruzadas en los cruces entre fieles de diferentes credos. La clase política no suele prestar atención a los errores que cometen, se enfocan sólo en lo bueno que hacen. Metafóricamente, en fumatas de opio, los gobernantes celebran sus logros y se palmean las espaldas. Y así apareció Mauricio Macri en la presidencia argentina y en 16 meses Trump se llevó puesta a la política tradicional de los Estados Unidos. Ni los republicanos creían que podían llegar. ¿Y ahora qué hacemos?¿Qué habrá hecho mal Barack Obama en sus dos administraciones para que fuera tan contundente el resultado en contra de Hillary Clinton? ¿o la responsabilidad fue compartida? El costado más conservador de los norteamericanos votó en contra de las iniciativas proinmigrantes y a favor de un sistema de salud gratuito para las clases bajas que impulsó Obama. La economía repuntó luego de la crisis bancaria de 2008 y se crearon más de 9 millones de nuevos puestos de trabajo. Pero el “americano” protesta y se fija mucho en qué gasta el Gobierno Federal los impuestos que pagan. ¿Salud gratuita en el país emblema del libre mercado? Comenzaron las chispas en el sistema de creencias acerca del rol del Estado. A eso se sumaron los millones de puestos de trabajo industriales que se perdieron en el hoy “cinturón oxidado” de la zona central del país. Esos trabajadores quedaron atrapados por la retórica nostálgica de Trump: “Hagamos a América grande otra vez”. Por su parte Hillary Rodham Clinton fue víctima de su propio pasado, de su linaje político, del peso de las dos presidencias de su esposo, de su rol como senadora, como Secretaria de Estado y la responsabilidad que le atribuyó la sociedad por la demora en la ayuda militar que derivó en la muerte del embajador norteamericano en Libia, quien murió asfixiado tras un asedio de rebeldes a la sede diplomática en 2012, hechos magistralmente relatados en el film “13 horas, los soldados secretos de Bengazi”. Y los correos electrónicos, el puñal que Wikileaks y Trump se encargaron de desempolvar una y otra vez para atacarla. Fueron miles de mails que envió a través de un servidor público, como el que puede usar cualquiera de nosotros, cuando presidía el Departamento de Estado (Cancillería). La acusaron de poner en peligro a la nación, ya que información vital del gobierno podía caer en manos de hackers y en poder de intereses anti-Estados Unidos. “Si yo soy presidente crearé una comisión especial para que la investiguen por borrar 33 mil correos” le espetó Trump en uno de los debates. Ella le respondió “y yo creo que será una suerte para este país que alguien con el temperamento de Donald Trump no esté a cargo de las leyes”. -Tú tampoco porque “estarás en la cárcel”, disparó el republicano. “Lock her up” (Enciérrenla), fue el canto de batalla de los seguidores en sus actos. Era lo que había para elegir, era lo que eligieron los partidos tras el paso por las internas. Por el lado de los demócratas, Berni Sanders, muy de izquierda para los Estados Unidos. Hillary Clinton, a pesar de todo, lo mejor que tenían. Del lado republicano, fauna variada: Ben Carson, médico; Ted Cruz, político tradicional; Marco Rubio, político joven e hijo de inmigrantes latinos: John Kasich, político tradicional; Jeb Bush, ¿hace falta explicación?; Donald Trump, magnate y estrella mediática. Su ascenso a través de la retórica incendiaria y apelativos a volver a hacer grande a la nación, inexorablemente hace recordar el ascenso de Adolf Hitler en Alemania, en aquella lejana pos guerra mundial. Aquella sociedad atravesaba momentos de incertidumbre económica, social y militar. El imperio germano había sido humillado tras la derrota en la Primera Guerra, descrédito en los líderes. Hitler encauzó todo el descontento de las masas y lo arrastró hacia lo que se convertiría en una de las peores pesadillas del Siglo XX. La matriz ideológica para captar adherentes es casi la misma. Hitler era militar, Trump es empresario. Nada hace pensar que quiera empezar a jugar al comisario del mundo, pero manejará a Estados Unidos, es el rol que sus votantes esperan que cumpla y el lobby industrial militar tiene un poder casi tan grande como el mismo presidente y hasta permea decisiones del Congreso. Y por si eso fuera poco, los republicanos tienden a las acciones militares antes que a la diplomacia. Pero hoy el mundo está preocupado por qué consecuencias económicas traerá la presencia de Trump en Washington. Prometió cerrar la economía y mirar primero el bienestar de los que están dentro de las fronteras. Cual neo Doctrina Monroe: “América para los americanos”. Los analistas consideran esto imposible por el grado de globalización que tiene la economía. Sería como pegarse un tiro en el pie. La victoria de Donald Trump no fue una sorpresa para los más agudos observadores internacionales. La tendencia social en contra de la inmigración en Europa, el Brexit y el No en el referéndum por la paz en Colombia ya había dado muestras del descontento general en la política tradicional, que si se quiere se adelantó el año pasado con la victoria de Macri. El ascenso del magnate fue sólo la confirmación de la tendencia y aún restan nuevos capítulos de este giro en la historia y lo que algunos consideran el fin de la política del siglo XX. El auge de los movimie
ntos de ultra derecha en Europa puede mostrar que el desencanto de la posmodernidad podría empeorar hacia una peligrosa neoposmodernidad, que aglutinaría los sentimientos más viscerales para encauzarlos a través de la política de la pragmática, sin ataduras filosóficas o morales. La primera potencia del mundo ya dio el ¿mal? ejemplo. Empujando a todos los que se ponían en el medio (y como dicen los norteamericanos “pateando traseros”) el caricaturesco Donald Trump se sentará cada mañana en ese antes aséptico Salón Oval de la Casa Blanca. Hoy desde su torre grita: “Están todos despedidos”, se sienta en la ventana y mira pasar los cadáveres de todos sus enemigos.Por Hernán CenturiónLicenciado en Comunicación Social
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