Señora Directora: Son muchas las costumbres e improntas culturales como para que todos comprendamos la importancia de la vida humana de aquellos que son diferentes de nosotros. Sobre todo si ellos pertenecen a grupos sociales discriminados y menospreciados por razones de sexo, raza, religión o preferencias sexuales.En estos casos si no existe una toma de conciencia y el ejemplo de las autoridades o de quien circunstancialmente detente el control en un lugar determinado (la policía, por ejemplo, en el orden público o la represión del delito) muy poco cambiará el comportamiento hacia el próximo/prójimo y se repetirán los mandatos culturales que se quieren erradicar. Incluso pudiendo llegarse al crimen o la eliminación del “diferente” o del “extraño”.En esta materia se ha avanzado mucho en la limitación de ciertas fobias, pero si no se adquiere un proceso sistemático de propio cuidado para no repetirla (hay expresiones que cotidianas, inocentes, naturales, pero son inmensamente agresivas) será difícil modificar. Y peor aún, si resulta que aparecen referentes públicos que se valen de esos clichés presentes en muchos de nosotros, para reforzar su figura con prédicas violentas, misóginas, homófobas y racistas (por citar las discriminaciones más comunes, no las únicas).Lamentablemente, pese a los enormes avances que en materia de derechos hubo en el último medio siglo, reaparecen expresiones y actitudes que condenan al “otro”, al que además se le carga de la responsabilidad de todas nuestras frustraciones e impotencias. Es el “distinto” que, a remedo de Sodoma y Gomorra, nos condena a todos a la destrucción.Cada uno de nosotros debe ser ejemplo y esa responsabilidad es mayor aún para quienes ejerzan algún tipo de liderazgo o tengan poder de decisión en sus manos.
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