El funcionamiento deseable de un Instituto como el Indec, de cualquier modo, es inversamente proporcional a la intensidad de los debates políticos que provoca; ya que el valor de la información estadística, que aporta un insumo esencial a la investigación científica en diversas áreas, es su calidad técnica indiscutible. En este tramo conflictivo de la historia política nacional, y más allá de las formalidades, no se puede sino observar que todavía habría un buen camino a recorrer para que el organismo, y las estadísticas que elabora, recuperen la credibilidad, vulnerada sino perdida. El respeto a las instituciones, del que tanto se habla principalmente en clave político-partidaria, se resiente en casos como este, tanto por la discontinuidad que generó descreimiento, como por la disputa política subyacente. La situación actual no puede escapar, a causa de ello, a una particular ambivalencia, cada vez se habla más de números y estadísticas, sean estos de pobreza, empleo, o crecimiento desde el discurso; pero cada vez es menos clara su relación con las políticas públicas. Se refleja así la paradoja de una época en la que el sentido de la información se esconde, o dispersa, en el exceso. Recientemente, el Indec estableció que la economía nacional está técnicamente en recesión, al registrar tres trimestres seguidos de tasas de crecimiento negativas. Los números no mienten y la situación, por lo tanto, es grave. ¿Se toman en cuenta, y se sacan las conclusiones correspondientes a un análisis serio de este aporte técnico?
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