Señora Directora: He visto abrirse una polémica, aunque reducida, sobre la propuesta destinada a cambiar el nombre de la avenida Bartolomé Mitre que para los que suscriben a la historia argentina liberal es una herejía, dada la figura trascendente de uno de los primeros presidentes argentinos. Resurge con ello una vieja discordia entre mitristas y antimitristas sobre un personaje que hizo mucho por la consolidación de la Nación Argentina, pero también fue uno de los principales responsables del centralismo porteño que hoy, a un siglo y medio de la integración nacional, sigue castigando a las provincias.Sopesar las dos posiciones, favorables o en contra, es muy difícil, sobre todo en una tierra donde en algunos sectores aún perduran heridas de otras épocas que no cicatrizaron, así como deudas históricas que no fueron saldadas. Muchas de ellas producto, precisamente, de esa Nación centralista que supieron construir luego de la batalla de Pavón, en septiembre de 1861 que marcó el final del incipiente estado confederado para dar lugar al actual régimen proporteño. Cuando se supeditó el interior a los dictados de un gobierno omnipresente que se radicó en la ciudad de Buenos Aires que, a través del puerto y la Aduana, condenó a las economías provinciales.Como contrapartida tiene decisiones que definieron la unidad e integridad nacionales y que permitieron la consolidación de lo que hoy es la República Argentina. Aunque sofocando –y no sólo él– cualquier atisbo de rebeldía, mediante intervenciones federales civiles o militares, según los casos, y superando el control institucional y económico que se concentró en Buenos Aires.En ese propósito, también dio origen a varias instituciones que, desde distintos ámbitos, fortalecieron esa posición de privilegio (Poder Judicial, régimen de enseñanza, etc.) que, luego, Sarmiento, Avellaneda y Roca completarían. Incluso con el genocidio de los pueblos aborígenes o la erradicación de quienes consideraran “indeseables”, en particular el último de los nombrados.Si bien la historia refleja hechos reales (a veces también supuestos) su interpretación de ellos nunca es inocente y aséptica. Además de encerrar posturas ideológicas (las diferentes escuelas históricas son un ejemplo), también tiene cierta preferencia en aceptar la visión y las razones del vencedor y ésta no siempre es la más ajustada.Winston Churchill aceptaba las peores recomendaciones, pero con una sola precaución:?ganar la guerra para así poder justificarlas.
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