Cuando hace años empecé a practicar yoga, el primer descubrimiento que me aportó fue la experiencia de un doble dolor. Uno era conocido, surgía al estirar los músculos y ligamentos tras un largo desuso; junto a él, un nuevo dolor sutil que apareció en diferentes partes del cuerpo. Su peculiaridad era que aparecía en sitios donde yo no sabía que tenía sensibilidad. En concreto, en partes del cuerpo que ni sabía que tenía y que podía sentir.Esos dolores fueron la puerta para descubrir otra forma de vivir el cuerpo, más compleja, más consciente y más placentera. Pero también fue una lección de vida: el dolor enseña sobre la propia vida y sobre nuestra relación con el mundo.Hacer que algo duela es una de las formas del Inconsciente para llamar nuestra atención hacia nuestro interior. Cuando algo del mundo exterior nos hace daño aprendemos sobre los demás y sobre nuestra propia sensibilidad, sobre el mismo dolor y sus múltiples formas, sobre cómo evitarlo o tragarlo o sentirlo hasta que desaparezca. Supongo que aprender a vivir el dolor debe ser de las experiencias más difíciles de la vida. Pero sentir dolor es lo que nos habilita para sentir otras emociones como la empatía.Porque no hay dos dolores iguales y no tiene nada de comparable un dolor de muelas con el dolor de una muerte de un ser querido, o el dolor de la distancia de la gente amada con el dolor por un amor roto, nada tienen en común el dolor por un malestar en el trabajo con el que produce una discusión con un buen amigo; cada dolor es único y el haber sentido uno nada nos dice de cómo nos sentiremos en otras situaciones con otros dolores.No creo que hasta que uno haya experimentado un dolor semejante pueda comprender el dolor del otro. Hasta que uno no pierde un gran amor no podrá entender a la amiga que llora con el corazón roto.Hay dolores particulares, hay dolores secretos, pero no hay ningún dolor absolutamente individual; el dolor es siempre único pero actúa también como una fuerza de cohesión social; aunque pueda aislar, antes o después nos hace buscar un hombro, una mano, una mirada en la que apoyarnos y creer que somos comprendidos.Por eso mismo cuando alguien experimentado en la vida advierte a un joven sobre los peligros del camino, como mucho podrá eliminar la sorpresa ante el infortunio, ante el error que duele, ante los primeros desengaños o dificultades de la primera libertad, pero nunca podrá evitar la experiencia dolorosa, la única que enseña.El “ya verás” no impide que el adolescente caiga por sus propios pies en los errores que todas las generaciones anteriores cometieron a pesar de todas las advertencias de una cultura milenaria. Y aun así, doliéndonos podemos ciertamente crecer y compartir.’Ante el dolor de los demás’ es un ensayo sobre las fotografías cruentas de las guerras, desgracias y sufrimientos. Es un ensayo de la norteamericana Susan Sontag donde nos invita a la reflexión sobre cómo este bombardeo de imágenes afecta a nuestra sensibilidad, a nuestra capacidad de ponernos en el lugar del otro y transformarlo en una acción que trate de cambiar el origen de las injusticias, de la violencia, del sufrimiento. Y su conclusión era negativa. La visión sistemática de imágenes de este tipo, en vez de sensibilizarnos y generarnos empatía nos produce una insensibilización. Ni siquiera tanta imagen nos ayuda a entender, en el plano intelectual, ni a compadecernos, en el plano emocional, dificultando ese intento de comprender un dolor ajeno que nos es desconocido.Es quizá este dolor la experiencia más práctica y menos teórica de cuanto nos da nuestra humanidad, y su explicación o visión fotográfica nada añaden a nuestra experiencia; no nos ahorrar el vivir, sea o no con dolor. Sólo nos queda la necesidad de vivir por uno mismo, el irrenunciable proceso de aprender por uno mismo, por propia experiencia o por propio dolor, como cada uno quiera. Colaboración: Mariana Urquijo Reguera Filósofa, Investigadora. Profesora Titular Cátedra Antropología FilosóficaLicenciatura en Filosofía – UCAMI
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