"Aprendí a bordar el Ñanduty cuando tenía 7 años. Me enseñaba mi abuela. Ella siempre hizo de todo, los manteles, carpetas, vestidos y yo quería aprender a hacer lo mismo. No era fácil y si hacía mal mi abuela me daba un pinchazo en la mano, (sonríe) era muy estricta. Así aprendí, pero ahora las chicas que vinieron al taller con muchas ganas de aprender se desilusionan muy pronto, se dan cuenta que no es fácil, pero tampoco es imposible. Hay que tener paciencia y se aprende”. Así, casi sin pausa nos recibió Carmen Servín en su casa, con algunos detalles de los trabajos que realizó como el vestido de novia de su nuera, que hizo en poco tiempo porque “de un día para otro decidieron casarse”. Hermosos detalles en esa tela de araña, el significado en español de Ñanduty, es todo el corset y salpicada la falda. Carmen nació en la que hoy es la capital del característico bordado paraguayo, Itauguá. Allí la tradición familiar continúa y dos de sus tías ya mayores siguen bordando y vendiendo en la tienda Servín. Pero aquella niña de siete años, apasionada por el bordado creció, se enamoró y fue madre soltera. “El padre de mi hijo me hizo dejarlo con él, sufrí mucho”, relata Carmen a veces con lágrimas en los ojos, como sintiendo ese dolor lejano. Hace unos años falleció ese niño, tenía 45 años, es un dolor que la acompañará siempre pues confiesa que “todas las muertes pasé y el dolor que no se puede explicar, el mayor dolor es la muerte de un hijo”. La joven se fue a buscar otros rumbos, alejándose del pueblo, fue a Formosa y después a Buenos Aires donde conoció al padre de mis tres hijos, ya grandes y profesionales. Vinieron juntos a Posadas y ella dejó el bordado para dedicarse a la casa, al marido y a los hijos. Pasaron los años, enviudó y ahora comparte sus días con una nueva pareja, viudo también. Lo hizo con el permiso de su ex, quien en su lecho de muerte le dijo que ella era joven, que tenía que rehacer su vida, con la única condición: “que no sea joven el nuevo marido”, para resguardar a su hija mujer. Si bien ella teje también crochet, le apasiona el Ñanduty. Es ahora cuando Carmen vuelve a armar esas telas de arañas, como tejiendo su historia, poniéndole color, diseño y amor en el duro camino de la vida, pero también en el camino de la felicidad que trae la familia, el amor, los hijos. La historia sigue y ella con más ganas, con mucha pasión, tanto que reconoce que “cuando me pongo a bordar me olvido de todo, mi marido me dice: “no te molesté porque estabas tan a gusto con tu trabajo”, explicando por qué se fue a la cama sin ella.El Ñanduty se instala en Posadas a través de esos puntos tan delicados, diseños con nombres como el patito, la flor del coco, el ocaso del sol y el más difícil es el arasape. Y allí la dejamos, “como en otro planeta, ella y su Ñanduty”. Por Rosanna [email protected]
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