Justo algunos meses después que estallara el “Mayo Francés” en 1968, los Beatles sacaron su décimo trabajo, un álbum doble. Una de las canciones salía de la temática pop y en sus letras se notaba una clara opinión política.“Revolution” se hacía eco de lo que estaba pasando en un mundo (como siempre) convulsionado: “Dices que quieres una revolución, pero bueno, tu sabes, todos queremos cambiar al mundo”… “pero cuando hablas de destrucción, sabes que no puedes contar conmigo”. Tal vez los muchachos de Liverpool les hablaban a las guerrillas, a los estadounidenses que combatían en Vietnam o a los que a través de las armas querían hacer estallar una revolución para tomar el Estado y hacer frente al capitalismo.Casi cuarenta años después y con todo lo que luego significaría la caída del Muro de Berlín, la palabra revolución sigue hoy tan fuerte como en aquellos días de flequillos, “flower power” y Kalashnikovs que escupían odio en ciudades y selvas.La cara violenta como única alternativa al cambio político sigue vigente en nuestros días, aunque por suerte (esperemos), lejos de nuestras tierras. Se puede poner como ejemplo lo que ocurrió en los países donde estalló la “Primavera Árabe” desde 2011. Tuvo consecuencias que si bien lograron cambiar gobiernos casi dinásticos, no sirvieron para llevar la paz, más bien ocurrió todo lo contrario. En Latinoamérica también hubo lo que algunos consideran como revoluciones políticas, pero que afortunadamente no surgieron a través de la violencia. La lucha “revolucionaria” se focalizó en cambiar la economía desde la política. Dejar atrás los años en los que el mercado neoliberal dejó un tendal de pobreza y países en ruinas, como el nuestro, que a propósito, fue el único de toda la región que tocó fondo en 2001. El primer neo líder “revolucionario” de la región fue Hugo Chávez. El teniente coronel que en 1992 quiso apelar a los viejos métodos de la derecha oligárquica, y plantar un Golpe de Estado contra el Gobierno de Andrés Pérez. Eso sí, la intención de fondo era otra, tomar el poder para solucionar la crisis económica y la desigualdad que asolaba Venezuela a causa de las políticas del Consenso de Washington. Chávez era parte del Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, formado en 1977 y reconfigurado en 1983 en el “Ejército Bolivariano Revolucionario 200”, en conmemoración del segundo centenario del natalicio de Simón Bolívar. Su origen ideológico siempre estuvo moldeado por las ideas anti-imperialistas de la izquierda marxista que afloró tras la revolución cubana. A mediados de la década del ’60, Douglas Bravo, su fundador, no halló el germen revolucionario dentro de las filas del Ejército, por lo que ideó un plan estratégico para formar militantes desde la niñez y la adolescencia, e infiltrarlos en las filas de las fuerzas armadas. Así, ellos desde adentro provocarían el alzamiento de la tropa contra el eventual gobierno burgués. Hugo Chávez fue uno de los alumnos de las ideas de Bravo. Bajo la directiva “aggiornada” del juramento hecho por Simón Bolívar cuando luchó contra el dominio español, los hombres de Chávez se comprometieron así: “Juro por el Dios de mis padres, Juro por mi Patria, Juro por mi Honor, que no daré tranquilidad a mi alma, ni descanso a mi brazo, hasta no ver rotas las cadenas que oprimen a mi pueblo por voluntad de los poderosos. Elección Popular, tierras y hombres libres, horror a la oligarquía”. Bien comandante, el amor todo lo puede. El 4 de febrero de 1992, la asonada militar hizo temblar a Venezuela. Se rebelaron cinco tenientes coroneles, catorce mayores, 54 capitanes, 67 subtenientes, 65 suboficiales, 101 sargentos de tropa y 2.056 soldados. El Golpe falló. La gente no salió a las calles, no hubo apoyo ni al Gobierno de Pérez ni a la insurrección de Chávez. Todos los sediciosos fueron encarcelados y dos años después indultados por el presidente Rafael Caldera, quien necesitaba apoyo político de los sectores de la izquierda. Lo que siguió fue una historia reciente y más conocida. Hugo Chávez ganó la elección presidencial de 1998. Asumió en 1999, su primer periodo debía culminar en 2004, pero una reforma de la Constitución (que logró amplio apoyo popular) le hizo ganar casi dos años a su primer mandato. Se volvió a llamar a alecciones generales en el 2000, volvió a triunfar Chávez y asumió “otra vez su primer período” al año siguiente, hasta completar el mandato en 2007. Continuó en el poder hasta su muerte en 2013. El pilar fundamental de la revolución bolivariana fue la distribución de la riqueza, cimentada en los ingresos que percibía el Gobierno por los precios del petróleo. Desde que Chávez había sumido, el crudo WTI pasó de estar por debajo de 40 dólares a casi 140 en 2008. Sólo entró en picada desde 2014, un año después que asumiera Nicolás Maduro. Sin esos ingresos jugosos de la renta petrolera, un país que posee sólo el “monocultivo” petrolero sobre el que se apoya su economía, casi sin fábricas, con grandísimas necesidades importadoras de insumos básicos, fue camino hacia la ruina.Hoy, sin los dólares que antes “brotaban”, Venezuela es un caos económico que terminó arrastrando a la política. Con hambre, la revolución bolivariana ya no sirve. Y al sur…Algo similar a la coyuntura venezolana ocurrió con la Argentina de los últimos trece años. Los sucesivos Gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner se poyaron en los altos valores de las materias primas y puntualmente en la voracidad de China para consumir productos agrícolas. A medida que crecían las exportaciones, aumentaban los recursos para que la Casa Rosada llevara adelante el proceso de levantamiento del país tras la crisis del 2001. En esa dinámica ocurrió la unión ideológica de países que habían sufrido el neoliberalismo de los ’90. Chávez, Néstor, Cristina, Lula Da Silva, Dilma Rousseff, Rafael Correa y Evo Morales formaron un tándem que se opuso al tratado de Libre Comercio impulsado por George W. Bush. Las ideas revolucionarias de los ´60 y ´70 triunfaron en el siglo XXI contra “el imperio”. Pero no se detuvo allí. En nuestro país, por una necesidad política más que una verdadera revolución contra la burguesía, todo lo que representara la palabra trabajador era digno de elogios, mientras que todo lo que significara riqueza, oligarquía u oliera a “cheto” era despreciado desde el poder.Se creó una dinámica perversa que surgió desde la clase política dominante. Todo lo que fuera distinto al humilde, al laburante era sinó
nimo de desprecio bajo el mote de “imperialista vende patria”. Una clasificación, una grieta hábilmente construida para dividir a los argentinos. La lógica era: “si no adherís a nuestras ideas sos funcional a la elite que fundió al país y al pueblo”. Lo paradójico era que quienes la impulsaban nada tenían que ver con el trabajo, el esfuerzo y la riqueza material a través del empleo honesto. Los millonarios fraudulentos ya no se asemejaban a la tradicional figura caricaturesca del conservador de derecha, obeso, con galera y bastón. También eran “garcas”, pero vestidos con frases épicas y banderas prestadas de los revolucionarios setentistas. A medida que pasaron los años se fue corriendo el velo. Si bien el gobierno que vino con la intención de distribuir la riqueza intentó cumplir sus objetivos, se hizo demasiado evidente la farsa que escondía el gobierno nacional y popular. Altísimos niveles de vida inexplicables a sabiendas de cuánto eran los sueldos de los funcionarios. Sospechas, pruebas, imágenes, comprobantes, denuncias y desmentidas furiosas desde el sistema de medios montado para efectuar loas al modelo y atacar a los “vende patria” que exhibían las propias contradicciones. Era tan descarada la forma de enriquecimiento que cada vez menos se creía en las palabras altisonantes de los discursos del poder político. Si revisamos lo que se decía en la campaña presidencial de 2015 respecto al rival del ballotage, hoy podemos constatar que tenían razón, pero a semejanza del cuento del pastorcito mentiroso, nadie les creyó producto de sus propias incoherencias. Ya fuera del poder lo que siguió fue el estallido de causas que estaban aletargadas, bolsos con dinero y miles de hectáreas en la Patagonia en manos del cajero de banco devenido a empresario amigo de Néstor. El modelo terminó de estallar cuando el bloque kirchnerista en el Congreso comenzó a romperse. Era “un quemo” seguir con esa gente con la evidencia de videos de “gente contando plata” y nueve millones de dólares en un convento. La antítesis del pregonado Modelo Nacional y Popular de inclusión lo muestran los datos de la Universidad Católica Argentina. A diciembre de 2015 un 30% de argentinos en la pobreza. Entre 2010 y 2015 un 20% de los niños y adolescentes de zonas urbanas padecieron inseguridad alimentaria y vivían en condiciones insalubres. Cifras de empleo disfrazadas dentro de planes sociales y un Indec que desde hacía años había dejado de medir la pobreza porque era “estigmatizante”, según las palabras del ministro Kicillof. “Hay miseria pero mejor no la contemos”. “Aníbal, andá y decí que en Alemania hay más pobres que acá”. Entonces cabe la pregunta ¿dónde quedó la revolución que se pregonaba? ¿Cómo se encuadran hoy esos relatos de inclusión social con ese nivel de pobreza? ¿Qué hacen ex funcionarios con causas abiertas por enriquecimiento ilícito? ¿Pueden explicar cómo hicieron para vivir en Puerto Madero, la zona más cara del país?Esto lleva a la reflexión después de los nueve meses del Gobierno de Mauricio Macri. La inflación hizo un desastre con el poder adquisitivo, hay oficialmente 120 mil nuevos desempleados y cuatro millones más de gente en la pobreza. Como suelen decir por ahí, la culpa principal la tiene el propio “modelo”, porque el 22 de noviembre no ganó Macri, perdió el kirchnerismo. La consecuencia paradójica que esto trae es que ante la profundización de la crisis económica, los esbirros y ex funcionarios argumentan, “con nosotros se estaba mejor”. “Sin dinero el populismo es inviable”Hoy vemos que el revolucionarismo bolivariano hizo agua porque se quedó sin dinero. Nunca montaron una estrategia para reconvertir la economía de Venezuela, a sabiendas que el país ya había sufrido crisis en los 60 y 70 a causa de los malos precios del petróleo. Y el kirchnerismo también fue exitoso mientras tenía dinero fresco producto del alto precio de los commodities. Cuando eso se redujo, la opción fue la emisión monetaria para financiar el gasto que a la larga generó un 30% de inflación anual y un gran déficit fiscal. Los sectores más recalcitrantes del kirchnerismo (aunque lo niegan en público) buscan que caiga el Gobierno de Mauricio Macri. Acusan al movimiento de renovación peronista de ser funcionales al “desastre” que está haciendo la administración Cambiemos. En apariencia no tendrían el poder suficiente para llevar adelante sus objetivos pero cada vez que hablan, con sus discursos incendiarios, automáticamente remiten a las ideas revolucionarias de las guerrillas setentistas contra el gobierno de los ricos y la burguesía.Como ya sucedió en varias oportunidades, hay que prestar atención al nivel de tensión social en diciembre. Porque “a río revuelto ganancia de pescadores”.El modelo de confrontación fue el que perdió en las elecciones de 2015. Parece que no lo entendieron y parecería que tampoco se dan cuenta que la mayoría de los argentinos eligió no seguir con ese modelo Nacional y Popular por las contradicciones antes descriptas. Pero se los ve y se los escucha arengando a hacer lo posible para que al Gobierno le vaya mal para así poder tumbarlo. Afortunadamente son grupos minúsculos los que apoyarían la violencia desestabilizadora. La sociedad argentina cambió y si está en crisis buscará una forma pacífica y civilizada para hallar una solución. Luego que debieran abandonar tantas cajas políticas tras perder el poder, entra a pesar una duda razonable ¿realmente les importa el pueblo o lo que les importa en realidad es el dinero del Estado para usufructo personal y del partido?Podrán decir que sí les importó el país y su gente porque hicieron hospitales, escuelas, rutas, implementaron programas sociales etc. etc. etc. Pero ¿no es acaso eso lo que tenían que hacer? ¿No es ese el rol de los Gobiernos? Basta, mejor no hablemos de obra pública. Como dice un vecino “no quiero seguir enterándome de lo que hacían por atrás, quiero dejar de amargarme”. Ahora parece que quieren “resistir” y provocar una rebelión que saque a Macri de la Rosada. Deberían tener cuidado cuando griten ¡a la carga mis valientes! Porque “cri-cri-cri” tal vez sean muy poquitos. Para muestra basta la marcha de la resistencia del pasado 26 de agosto. ¿Cómo hablan de luchar contra el Gobierno de los ricos si ustedes mismos se hicieron ricos con dinero del Estado? Pareciera que el pueblo pobre es funcional a sus intereses. Les dieron pescado y nunca les enseñaron a pescar por si solos. Millones de votos cautivos a lo largo y ancho del país. Por lo visto en las elecciones, a las clases humildes les dio bronca el lamentablemente “clásico” robo al Estado de los dirigentes. Dirán que no fueron todos los que “metían la mano en la lata”, pero los honestos, por no protestar dentro de la estructura, ahora están en el llano. Ahí los tenés, llorando por los rincones c
on “el ajuste de Macri”. Los muchachos que están más nerviosos deberían escuchar las estrofas de “Revolution” y entender que ese tipo de ideas desestabilizadoras atrasan desde hace cuarenta años: “Dices que tienes una solución verdadera… Me pides una contribución… Si deseas dinero para la gente con mentes que odian, todos lo que te diré es “hermano, tienes que esperar”. A todos nos encantaría cambiar tu cabeza. Me dices que es la institución. Bueno, tu sabes “Mejor libera tu mente”. La violencia no va más, todo dentro del ámbito de la democracia. Parafraseando a Cristina Kirchner, esperen, “armen un partido y ganen las elecciones”. Pero aguarden, no se vayan. ¿Se acuerdan del slogan “La revolución de la Alegría” que pregonaba Cambiemos en la campaña? Hasta el momento, ¡Qué tristeza hermano! Colaboración: Lic. Hernán Centurión
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