En el marco del Día del Profesor nos preguntamos ¿Qué es la vocación? Clásicamente se la define como un llamado, podríamos decir entonces que los docentes estamos llamados a enseñar. Pero en el docente universitario hay una particularidad en esta transmisión: enseñamos a ser… Somos así generadores de profesionales, generadores de identidad, con todo lo que ello supone.Ya en 1914, en un texto denominado Sobre la Psicología del Colegial, Freud nos advierte que para los alumnos muchas veces es más importante la preocupación por las personalidades de los profesores, que las mismas ciencias. “En todo caso, con estos nos unía una corriente subterránea jamás interrumpida, y en muchos casos el camino a la ciencia sólo pudo pasar por las personas de los profesores (…) estudiábamos sus caracteres y formábamos o deformábamos los nuestros tomándolos como modelos”.Ser profesores implicaría así, ser figuras de identificación. Entonces creo oportuno en el día del profesor preguntarnos ¿Somos conscientes de lo que trasmitimos día a día en las aulas? ¿Qué enseñamos al alumno? ¿Teorías, conceptos o modos de ser? ¿Concepciones sobre lo humano? ¿Sobre la salud? ¿Formas de relacionarnos con un paciente? ¿Respeto hacia los colegas?Si Freud no se equivocó podríamos decir que todo aquello y mucho más.Además el profesor deberá tener en cuenta la diferente ubicación que tiene frente al alumno por los cambios de época. Ya no es el único que detenta el saber. Quizás ya Sócrates vislumbraba que esto ocurriría cuando se refería a la Mayéutica. El maestro no es aquel entonces que impone un saber, sino un partero que metafóricamente hace nacer el saber desde dentro del estudiante. El alumno se transforma así en sujeto activo. Necesita ser activo partícipe en este proceso que siempre incluye a varios sujetos, a su vez atravesados por su propia subjetividad, es decir, por su historia, por sus prejuicios, por sus limitaciones… La trampa a veces, sobretodo cuando los resultados esperados no llegan, y movidos por la desesperación de una sociedad que nos propone éxitos rápidos, es depositar toda la responsabilidad en el alumno, pero si hablamos de que el aprendizaje es un proceso, ¿no sería más lógico incluirnos en el mismo? Preguntarnos de esta forma si las metodologías, si las técnicas, si las formas de dirigirnos al alumno, son las más adecuadas para adolescentes o adultos jóvenes marcados por los rasgos de la Posmodernidad.Continuamente hablamos de nativos digitales, pero ¿tenemos en cuenta esa característica al preparar nuestra clase?Para complejizar aún más el escenario, es un hecho que los docentes universitarios no gozamos del prestigio que antaño poseíamos por el solo hecho de estar ubicados frente a un curso con un título. Es como si tuviéramos que construir una autoridad docente frente al aula, que anteriormente venía dada, por el hecho de ser quienes teníamos el saber, y el acceso a las fuentes del saber. En la actualidad en cambio, los alumnos parecen evaluar a sus docentes, sobre todo en una primera etapa, al inicio de clases. Luego de ello, pueden hacer un dictamen donde deciden qué tipo de docente es, y si prefieren escuchar la clase, o googlear los contenidos teóricos, o bien buscarlos en biblioteca, manifestando así también la necesidad de ubicarse como sujetos activos en el proceso de aprendizaje.Efecto evidente de la libre circulación de la información que podría ser una de las causas que pudo haber influido en esta nueva configuración vincular estudiante – docente. Pero ¿cómo los profesores sobreviven a este fenómeno y siguen siendo admirados por sus alumnos? Evidentemente hay algo de la relación humana en juego, de lo vincular, un entre que se da en el aula, algo que ocurre entre el alumno y el docente que no se puede googlear. Aquellas experiencias, lo vivencial, incluso las anécdotas de los profes más histriónicos no se encuentra on line… o no es lo mismo leerlas que escucharlas en el aquí y ahora de la clase, y sentir así la pasión del enseñante por aquello que enseña. Y el alumno aún parece necesitar de la mirada del profesor, su aprobación, o bien tenerlo enfrente para poder desafiarlo, contradecirlo y generar así un nuevo saber. Es cuando el profesor deberá poder lidiar con la limitación de su saber y con la falta de certezas cuando de pensar lo humano se trata. Existen profesores que logran despertar en los alumnos la pulsión epistemofílica. Concepto planteado por Freud, en 1905, y retomado constantemente por el Psicoanálisis cuando se trata de entender la curiosidad o la falta de ella. El deseo de saber… las ganas de aprender… la pulsión epistemofílica tiene su origen en la infancia, cuando el niño al decir de Freud se convierte en un pequeño investigador; uno de los primeros enigmas que quiere develar es de donde vienen los niños. Al no recibir respuestas confiables de los adultos se lanza a la búsqueda de las mismas por su propia cuenta… realizando toda una serie de hipótesis y razonamientos que lo convierten en un pequeño investigador. Y lo hace solo por curiosidad, solo porque desea saber. Si podemos seguir despertando apasionadamente en nuestros alumnos el deseo de saber sobreviviremos como profesores, aceptando el enorme desafío, el riesgo y la responsabilidad que implica en tanto y en cuanto como tales nos ofrecemos como figuras de identificación, inevitablamente como modelos de la clase de profesionales que nuestros alumnos quieren o no querrán ser…Colaboración: Valeria GuirlandLicenciada en Psicología. Posgrado en Clínica Psicoanalítica Infantil, Magíster en Psicoanálisis. Coordinadora y Docente de la Licenciatura en Psicología de la Universidad Católica de las Misiones – UCAMI
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