Sin eufemismos, esa es la profesión con la que se definen en el mundo laboral una decena de hombres y mujeres que trabajan "de caballos" en olerías ubicadas en cercanías del arroyo Mártires. Resignados ante la "crítica situación" que los obliga a ocupar el lugar de los equinos "porque un animal cuesta caro, hay que darle de comer y para más, todavía te roban", los fabricantes de ladrillos que aún permanecen en las chacras 255 y 256 le ponen el lomo -literalmente- y arrastran por más de diez horas el "malacate". No saben de corrientes feministas o machistas. "Las mujeres que tienen fuerzas ayudan a sus maridos a girar y girar, por más pesado que sea".Los pocos "dueños" de estas olerías alternan su propia cintura con la de sus mujeres o hijos en la dura tarea de "malacatear", es decir, girar y hacer funcionar el sistema que permite amasar el barro negro, materia prima de los ladrillos que se venden en el mercado a 70 pesos cada millar en los mejores casos y "a 20 o 15 pesos cuando no queda otro remedio". Quienes no tuvieron la audacia suficiente para apropiarse de una pequeña porción de terreno donde ubicar su olería, hacen "changas" en la del vecino por dos, tres o cinco pesos por día, "según la producción" y según les toque "hacer cortes", "enrejar" o girar en círculos en lugar de los caballos que no están.Niños a cazarLas familias afincadas aún en cadas en la zona que desaparecerá bajo las aguas de Yacyretá son numerosas en todos los sentidos que dispara la palabra, porque las precarias viviendas se reproducen por cientos a la vera del arroyo Mártires y porque en cada una de ellas hay cinco, seis y hasta once hijos.En temporadas de clases normales, van a la escuela medio día y el resto salen a cazar "apereá", un roedor que abunda en la zona del campo cuyos límites se desvanecen en el moderno aeropuerto de la ciudad. "Es rica la carne y no cuesta nada", aseguran los niños mientras exponen las presas logradas con precisos tiros de cascotes lanzados desde sus gomeras."Son conejitos de India, se pelan y van a parar a la olla familiar… El pobrerío tiene que rebuscarse", aclaran.Con los pies descalzos, rostros curtidos por el sol y el viento, para los gurises la cacería no deja de ser un juego "muy divertido", que reemplaza las horas de clase en las cuales quizás podrían escuchar arengas sobre los derechos humanos, del niño, la mujer y la familia… Ésas que, como otras "clases", suenan demasiado lejanas como para que sea cierto.Edad sin tiempoLa "profesión de caballo" no discrimina sexo, edad o religión. Con 24 años de edad y de antigüedad en la olería que nació con él, Orlando no sabe de los "vicios de la juventud en la ciudad", conoce la costanera sólo por fotos y sabe que para él "el centro de Posadas es La Placita, porque es el único lugar que visitamos dos veces al año para comprar algunas cosas".¿Boliche? ¿Baile? ¿Pub? No conoce. No le "alcanza el tiempo ni la plata para ir". Aunque le "encuentran la vuelta" para reír cada tanto,como cuando se juntan entre todos para un "picadito" en una improvisada cancha entre una y otra olería, donde juegan a ser El Diego o El Enzo hasta caer en borrachera en el almacén que todavía permite el fiado.Allí puede terminar un sábado cualquiera en este vértice escondido en el bajo de las avenidas Santa Cruz, Bustamante, un barrio del Iprodha y el aeropuerto.Ser o no ser… caballoPara Secundino Machado o Alberto-Frutos, el riesgo país o el descenso en el volumen de acciones negociadas en la bolsa no constituyen temas de conversación ni definen sus vidas. Cada mañana, en cambio, se debaten entre hacer de "propietarios", "changarines" o "caballos"… y esto, las únicas variables que reconoce son el sol y la lluvia. Un día normal puede comenzar aquí con hacer la tarea, es decir, buscar una porción de terreno con barro apropiado para hacer ladrillos; luego será el tiempo de "cauchear" -picar la tierra para evitar durezas- en el "picadero" -hueco donde se descarga la tierra y se mezcla con aserrín-, más tarde "malacatear" -cargar el barro en el malacate- y "ser cabaIlo" para amasar la tierra mojada. Esta última función en la cadena de producción la cumple cualquiera que esté disponible y se sienta bien, sea hombre o mujer -aunque la concordancia obligue a cambiar la versión, mantienen el masculino aun cuando sea la esposa o la hija quien ese día ocupe ese lugar-. "Hoy no está la patrona porque tiene que cocinar y no hay mucho trabajo", explican, "pero cuando lo hay, tienen que poner el lomo igual que nosotros, como caballo o para carretíllear", que es llevar el barro molido hasta una mesa donde otros integrantes de la familia o un changarín se dedicarán a cortar los futuros ladrillos en moldes rectangulares"Si hay días de sol, después de dos semanas se ubican las porciones en los hornos" donde se producirá el secado. "Ese es otro problema, porque tenemos que ir al monte a buscar leña y ya no hay lugares de donde sacar". Las variaciones meteorológicas pueden llevar a perder toda una producción si las nubes se empecinan en desparramar sus gotas sobre el fruto de la labor conjunta de padres, madres, vecinos y parientes.
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