La historia de vida del contador Ramón Palacios es la de un perseverante. Su nacimiento, marcado por el abandono, y su niñez en una villa, pudieron haberle servido de excusa para no salir de la pobreza extrema, y sin embargo fue lo que lo nutrió para buscar algo más, algo mejor. “Mi mamá María me inspiró a ser sobresaliente. Me traía a la escuela al centro, me mandaba a hacer deportes y a estudiar. Ella provenía de una familia paraguaya que cayó en desgracia, pero nunca olvidó que se podía estar mejor. Mientras era niño, para ayudarla y porque no podíamos permitirnos lujos ni gastos extras, yo salía a vender botellas, fui lustra botas y más tarde, siendo canillita, pude juntar un dinerito hacer un baño instalado y sorprenderla”, sonrió. Para conocer la historia de este luchador, PRIMERA EDICIÓN lo visitó en su casa del barrio Alta Gracia, donde el fresco de la tarde avisa de la llegada del otoño, y mientras don Palacios prepara un mate, la mirada se le pierde entre tantos recuerdos. Las experiencias que lo han marcado vívidamente dan la pauta de que no le tocó una vida fácil: “En mi primer recuerdo no debo tener más de 4 años. Mi mamá María (la primera en adoptarlo) agoniza en la cama. Estamos los dos solos y yo enciendo algunas leñas para aplacar el frío y me vuelvo a acostar a su lado. Había quedado postrada. La internaron en el hospital de Encarnación y todo ese tiempo estuve con ella, pero al morir fui recogido por unos supuestos padrinos que me llevaron a vivir a una chacra de Capitán Miranda. Me costó acostumbrarme, viví casi un año allí y los recuerdos que tengo son de días de llanto y desolación. Mi supuesto padrino era alcohólico y llevaba una vida de changarín. Me llevaba a la calle a recoger cosas, basura y así fue mi vida hasta una noche, aparece en ella, la segunda María. Fue por acción de mi primera madre adoptiva antes de morir, quien dispuso que esta María me cuide”, contó. Con los años, ella se convertirá en su mamá del corazón y en quien lo va a inspirar toda la vida. Esfuerzo y determinación“Me costó adaptarme a tantos cambios”, rememoró. Corría el año 1959 y Ramón tenía 5 años.Esta mamá adoptiva lo saca del Paraguay, país que tuvo que abandonar por razones políticas, y se viene a vivir a Posadas (Argentina), primero en el barrio El Chaquito y poco tiempo después se mudan a la villita del barrio Tajamar. Su niñez se la pasó entre la escuela, el Instituto de Deporte y las esquinas del centro de Posadas, donde solían reunirse algunos señores de alta sociedad con quienes el pequeño Ramón changueaba como lustrabotas. Hiciera frío o calor, no fallaba. Esfuerzo y determinación se combinaron en su conciencia porque eran el motor para mejorar económicamente, porque para él, no tener dinero, sólo era una “condición temporal” que se podía revertir con trabajo. “Mi mamá María era el sustento de la casa, donde vivían tres mujeres adultas y yo. Ella era costurera, remendera y planchaba, pero trató siempre de sacarme del ambiente de la villa y de la pobreza en la que estábamos. Me llevaba todos los domingos a misa en La Catedral y me mandaba a la escuela Nº 1 y me compraba con mucho esfuerzo el guardapolvo y los zapatitos, que tenía la orden de cuidar como oro. La ropa remendada era para andar por el barrio”.“Mientras ella trabajaba como doméstica en una casa de familia, yo me escapaba al centro para juntar cartones. Tenía 7 años y mi tía me ayudó a fabricar una carretilla, que andaba chueca pero andaba. Lo que juntábamos lo vendíamos a un depósito que estaba al lado de la Dirección General de Rentas”, explicó con una sonrisa ya que con los años Ramón Palacios ejercería allí cargos jerárquicos y ahora -como supervisor- ya espera el tiempo próximo de la jubilación. “Si llegaba tarde y ella ya estaba en casa, no me salvaba de una paliza por escaparme sin permiso de la abuela y la tía. Después le mostraba las moneditas que juntaba para ella lustrando botas o vendiendo cartón, y bueno… se resignaba, pero ella quería que yo estudie, me pedía que no que ande vagando”, explicó.“A todo esto yo era el mejor alumno de la escuela, pero no pude ser abanderado porque era de origen paraguayo, entonces me dieron un premio: un libro y un juego de biromes de marca”, contó sobre su infancia. En ese tiempo empezaron sus incursiones como canillita, las clases comenzaban a las 7 de la mañana, pero Ramoncito saltaba de la cama a las 5 de la mañana para buscar los diarios en un local frente al ex Hotel Savoy y los sábados a la mañana ayudaba a un visitador médico a repartir productos. La plata ganada la destinó a las instalaciones de luz eléctrica en la casa y comprar una heladerita usada. Eran mediados de los ’60 y en su chacra, sólo había dos focos para el alumbrado público de unas 18 manzanas, que se apagaban a medianoche.Años mozos y el gran cambioEl secundario lo cursó en la entonces Escuela de Comercio Número 1 “General San Martín” (que coincidentemente hoy cumple su 75 aniversario). En esa época se convirtió, siempre por necesidades económicas de sobrellevar los gastos de la casa, en cadete en una Cooperativa de Farmacéuticos. Ello lo obligó a terminar sus estudios en la escuela nocturna. Sin embargo, pese a las durezas de la vida, Ramón Palacios se encontró con personas generosas en su camino. Para poder seguir estudiando en la Universidad la familia de su mejor amigo lo ayudó a cubrir los gastos de alquiler de la pensión mientras estudiaba para Contador Público Nacional en Buenos Aires, su madre le ayudaba con la comida y así llevando materias. “Siempre quise ser contador, pero en Posadas no se dictaba la carrera iba a seguir Administración de Empresas. El papá de mi amigo era empresario arrocero, que si bien justo pasó por una mala racha, a razón de algunas inundaciones, como ahora, pero cumplió la palabra empeñada y me ayudó con el alquiler. Mamá que se había ido a Buenos Aires en busca de trabajo digno me ayudó con los gastos de comida. “Mamá no nació en la pobreza pero la asumió cuando le tocó; sin embargo trataba siempre de salir adelante y me inculcaba constantemente eso: el respeto a la gente, la honestidad y el sacrificio. Tenía una personalidad tremenda la vieja. Es lo que me transfirió”, recordó sobre quien recientemente dejó de existir a los 96 años.
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