Pedro Agustín Fernández (24) es oriundo de Tres Arroyos, provincia de Buenos Aires. Por cosas de la vida, pasó por Posadas y como atado por algún hechizo que ni él mismo puede explicar, decidió quedarse y la eligió como su lugar en el mundo. Desarrolla una actividad comercial muy popular para los misioneros, pero con su impronta personal que no tardó destacarlo y hacer que muchos lo elijan todos los días. Sería un chipero más, de los tantos que hay por toda la ciudad a no ser por su vestimenta elegante y formal; sumado a la impronta profesional que le imprimió a su oficio, que para él es un trabajo normal, “como cualquier trabajo, uno debe ser serio, cumplidor, responsable”, contó a Ko’ape. Como una aventura de amigos, junto a otros siete chicos de su misma edad trazaron una ruta para recorrer la Argentina de mochileros. En esa travesía estaba cuando conoció Posadas y decidió quedarse por cinco meses. Luego de ese tiempo, se volvió a su localidad, pero ya había sido “hechizado”.
Después de un tiempo en su hogar y con su familia, decidido seguir sus estudios como profesor de música, regresó a la capital misionera con el objetivo de estudiar, aunque sin mucha planificación de cómo lograría mantenerse económicamente, pues su familia es de condición humilde y no podía ayudarlo. Por las necesidades económicas no pudo seguir estudiando y tuvo que dejar la carrera e inventarse un trabajo. Vendió golosinas y chocolates en la calle, pan, productos de electrónica, hasta que un amigo le propuso la venta de chipa.
“Cuando un amigo me ofreció vender chipa yo pensé que era algo que no podría funcionar porque hay mucho, es decir, hay vendedores de chipa por todas partes en Posadas, la gente debe estar cansada de la chipa, esto era lo que yo pensaba. Después me di cuenta que el consumo de este producto tan tradicional es extremadamente masivo y eso fue todo un aprendizaje para mí”, contó.
Aunque para los misioneros la venta ambulante puede ser un recurso muy popular y conocido como salida laboral, para Agustín no era tan común, ya que en la comunidad en la que él creció no hay vendedores en la calle, por lo que no fue algo normal para él, sino anecdótico como opción laboral y una experiencia de superación.
“Empecé a vender en febrero y es mi actividad principal, lo hago como un trabajo normal de ocho horas diarias, porque el hecho de que uno sea su propio jefe y nadie te exija horario, uno debe exigirse a sí mismo y ser disciplinado, porque tengo clientes que me esperan y no puedo fallar, debo responder con responsabilidad como corresponde a cualquier trabajo serio”, expresó.
Es normal verlo con un canasto tradicional de chipero, pero vestido de forma elegante, con traje, corbata, finos zapatos, una presencia a todas luces destacable. Sobre esto, contó que obedece a varias razones. “Por un lado que en la escuela en la que estudié la secundaria se usaba traje, así que esa era la ropa normal de todos los días, es una ropa que uso desde los 13 años; pero por otro lado, un amigo que vende en Buenos Aires, me lo recomendó porque él vende así y me dijo que le ayudó en sus ventas. Además, aunque yo me compro ropa porque me gusta y aprovecho todas las ofertas que encuentro, de todos modos hay gente que me ayuda, que me regala, porque sino, no podría ya que esta ropa es muy cara. En particular, hay una señora que me regaló muchos trajes y zapatos, gracias a esa señora tengo mucha ropa, le estoy muy agradecido”, contó.
En sus tiempos libres, dedica sus horas a dos pasatiempos principales, ambos vinculados al arte, por un lado, le gusta el cine, y por el otro, es músico y tiene con unos amigos un grupo con el que componen sus propias canciones de géneros del medio oriente, griega o turca.
Agustín tiene dos hermanos y su madre que es su todo, su padre falleció cuando tenía dos años. Ahora, por las circunstancias económicas no puede ir a ver a su familia, aunque por supuesto que le gustaría.
Sobre su sueños en la vida, el joven vendedor no duda: “Mis sueños en la vida no son muy distintos a los de mucha gente, poder tener una calidad de vida que me permita darle una buena educación a mis hijos, si es que los tengo; poder ayudar a mi madre, tener mi casa, mis vacaciones, lo normal que desea cualquier persona”, dijo.
Si bien no pudo seguir con la carrera de música que deseaba, ahora la vida se le reconfigura en el plano futuro, pues el trabajo que realiza le despertó una faceta que no conocía pero que le gusta.
“Ahora este trabajo la verdad que me gustó mucho, el trato con la gente, las ventas, el comercio, es algo que me gusta realmente y quisiera el año que viene poder estudiar algo relacionado a esto, algo económico o comercial o de marketing”, expresó.
Finalmente, sobre su estadía en Posadas y su día a día con la gentes, dijo sentirse muy cómodo.
“Los vecinos de Posadas me tratan muy bien, nunca me encontré con ninguna persona que me haya tirado una mala onda, y además, yo comprendo que alguien pueda tener un mal día, como a cualquiera le puede pasar de tener un mal día, o recibir una mala noticia antes de que yo llegue y eso hace que no me trate del todo bien, yo entiendo eso, no significa que la persona me quiera tratar mal ni mucho menos, no significa que sea una mala persona, todos los días tienen sus propios afanes y sus estados emocionales, no estamos siempre igual. Yo estoy muy agradecido por el modo en el que me tratan, me siento un misionero más”, finalizó.