Precisión, paciencia, creatividad, concentración, son factores que predominan en el taller de Carlos Multineddu, un inmigrante italiano que desde hace más de cincuenta años se dedica a la joyería y a la orfebrería, confeccionando piezas realmente magníficas. Desde la empresa familiar, se especializa en la fabricación de objetos de arte con metales preciosos como el oro en todos sus colores (blanco, amarillo, rojo, rosa), además de plata y alpaca. En compañía de su hijo Agustín, y de su esposa, Elisa “Lisi” Paiva, que se encarga de la atención al público, nada lo detiene.
Carlos Multineddu (74) nació en Roma, Italia, en 1944. Desde el viejo continente y acompañado de su madre, Silvia Bertoncini, llegó a Buenos Aires exiliado de la guerra. Su padre, Salvatore, había fallecido en combate, dejándolo huérfano. Durante el viaje, Bertoncini conoció a don Basilio Iscobski, quien luego se transformaría en el padre adoptivo de Carlos.
Estuvieron radicados en Capital Federal hasta que el joven cumplió quince años, que es cuando decidieron venir a Misiones, más precisamente a Aristóbulo del Valle. Pasados los años, se trasladaron a Oberá.
Silvia Bertoncini era cantante lírica profesional en Italia, y ese talento lo heredó Carlos, que se convirtió en el único cantante lírico de la provincia por muchos años (hoy ya son varios). Aún conserva una maravillosa y potente voz de tenor, al mejor estilo Pavarotti.
Comenzó reparando relojes, después armas, gracias a la profesión que le enseñó don Basilio, un ingeniero naval de origen ucraniano. Después los clientes comenzaron a traerle cadenitas, pulseras, anillos, y así se fue formando como artesano y atreviéndose a realizar trabajos cada vez más difíciles, siendo autodidacta, estudiando solo y con libros que iba comprando en cada viaje a Buenos Aires, porque aquí no se conseguían.
Con los años conoció a “Lisi” y llegaron los cuatro hijos: Paula, Ulises, David y Agustín, quien se desempeñó como diseñador de joyas para diferentes fábricas de Buenos Aires hasta que decidió volver a Misiones junto a su esposa Noelia e hija Victoria, para tener una vida más saludable y tranquila, cerca de la familia.
Si bien Carlos trató de inculcar a todos por igual el arte de la joyería, Agustín confesó que “a mí me pegó más fuerte ese enamoramiento de poder trabajar los metales y lograr que reaccionen como quiero”.
Admitió que “cuando lo ves a primera vista, es muy difícil trabajar un pedazo de chapa, un lingote o un alambre y convertirlo en un objeto de arte, que parece que tiene vida propia. Son muchísimas las técnicas que hay que dominar para lograrlo. Es por eso que lleva muchos años formar a un buen joyero y, mucho más, a un buen orfebre. En esta profesión siempre se está aprendiendo. Cada día que pasás con los metales preciosos aprendés nuevas cosas que se van sumando al conocimiento”.
Respecto a los trabajos que realizan en el taller, en especial lo que concierne a la Fiesta Nacional del Inmigrante, refirió que las coronas que llevan tanto la reina como las princesas están hechas totalmente de plata maciza y simbolizan la llegada de los inmigrantes a la provincia.
“Se destacan las líneas que se entrecruzan armónicamente simbolizando a las diferentes culturas que hemos recibido y en el centro de ella una golondrina que es el símbolo de la migración”. Para tener una idea de cuan difícil es el proceso de fabricación, dijo que “en este caso se hacen los bocetos en papel donde se plasman las ideas.
Luego viene el preparado del material a trabajar y después se le da forma, se realizan las soldaduras, sigue el devastado y, por último, el pulido de la pieza. Para confeccionar una corona todo este proceso dura -dependiendo de la dificultad- entre uno a tres meses. Hay joyas que llevan menos tiempo de fabricación como, por ejemplo, un anillo sello para caballero, que lo realizamos en dos o tres días”.
Recordó que también están los pedidos “súper especiales” que aparecen en ocasiones. Citó como ejemplo un encargo que le hicieron cuando aún residía en Capital Federal, de realizar la imagen de un Gauchito Gil de doce centímetros de alto y en oro “para colgarlo al cuello”. Es lo que “me pasó trabajando como diseñador exclusivo de una fábrica de joyas. Era un lindo desafío y salió perfecto pero, además, no todos los días te encargan algo como eso”, acotó.