Para muchos de nosotros Internet es como el agua potable o el gas: lo utilizamos durante todo el día, casi sin darnos cuenta, hasta el punto tal que lo vemos como un “servicio natural”. De ahí nuestra desesperación cuando por algún motivo “se cae” la conexión.
Es más, según distintos estudios, desbloqueamos el teléfono inteligente entre 150 y 250 veces al día para usarlo en una gran variedad de acciones como comprar, trabajar, informarnos y entretenernos. Paradójicamente, casi no lo usamos para hablar por teléfono.
Pero mientras que Internet es central para nuestras vidas, más de la mitad de la población del mundo aún está excluido del universo online, y estas cifras incluyen, desde luego, a argentinos.
A modo de referencia, en nuestro país la penetración de Internet alcanza al 83% de los habitantes. Particularmente en Misiones, la penetración a Internet fijo es de 32,1 familias cada 100, en base a datos del tercer trimestre de 2018 del Ente Nacional de Comunicaciones (ENACOM), o del 34,25% según el Internet INDEX de la Cámara Argentina de Internet, CABASE. A esta información hay que tomarla “con pinzas” ya que si sumamos las conexiones a través de Internet móvil la cifra resulta muy superior.
Así las cosas, en 2018 se registró que apenas poco más del 50% de la población global está conectada, es decir que mientras que la mitad del planeta habla acerca de la posibilidad de que lleguen los coches autónomos a nuestras calles y las casas se llenen de electrodomésticos “inteligentes”, la otra mitad no sabe qué es un correo electrónico y nunca leyó una noticia en un diario on line.
Este dato está muy lejos de ser anecdótico, porque lejos de vivir en un mundo cada vez más igualitario ya que Internet permite que todos tengamos acceso a la información, a ciertos servicios, a educación y hasta a trabajar de forma remota para otros países, hay millones de personas –en especial mujeres y habitantes de zonas rurales- que, al no contar con esta posibilidad, se alejan cada vez más de los que sí están conectados, un fenómeno que se conoce como la exacerbación de la brecha digital.
Así es como aquellos que no tienen la oportunidad de acceder al mundo online no sólo se pierden de navegar por las redes sociales para ver qué postean sus amigos, sino que también están impedidos de aprender online o buscar empleo, dos acciones que tienen efectos directos sobre la calidad de vida de las personas.
En este sentido, varios estudios evidencian que el acceso a Internet impulsa el crecimiento económico. Un informe de 2012 de la Universidad de California, Berkeley, vinculó un aumento del 10% en el acceso de banda ancha al aumento del 1,35% del PIB en los países en desarrollo.
En tanto, una investigación realizada por la consultora Pew Research Center encuestó a usuarios de Ghana, Nigeria, Tanzania, Kenia, Senegal y Sudáfrica, y en ese sondeo se descubrió que el 79% de los encuestados sintió que el hecho de acceder a Internet mejoró la educación, su información sobre cuestiones políticas y hasta sus relaciones personales.
Hay varias propuestas que buscan terminar con este problema logrando una conectividad universal. Por ejemplo, el excéntrico empresario Elon Musk, que es uno de los gurúes de la industria tecnológica más incluyente del mundo, planea lanzar miles satélites en la órbita terrestre que, sumados a los que ya existen, servirían para crear una red global de Wi-Fi de forma tal que la conexión tendrá una velocidad de 1 Gb por segundo a cada usuario.
En tanto, bajo el nombre de Google Station, esta corporación busca entregar internet inalámbrico de buena velocidad y calidad de forma gratuita a los ciudadanos.
Por el momento, México es el único país latinoamericano que participa en esta iniciativa. Vale recordar que Facebook abandonó a mediados de 2018 su proyecto Aquila para ofrecer conectividad sin costo alguno a través de drones destinados a proveer Internet a los lugares más remotos de la Tierra.
¿Podemos estar satisfechos con el “medio vaso lleno”?
Mientras algunas marcas se enorgullecen porque “más del 50% de la población ya está” conectada, es fundamental que no nos conformemos con los logros obtenidos hasta ahora y sigamos buscando alternativas para que la revolución digital sea una revolución para todos, y no para la mitad de los mortales que hoy habitan la Tierra.
Además, esta “buena noticia” se da en un contexto en el cual las últimas cifras de la Organización de las Naciones Unidas revelan que se está desacelerando el ritmo con el cual nuevos usuarios ingresan al universo online. Por ejemplo, en 2007, las personas se conectaron a una tasa del 19% anual, mientras que este porcentaje llegó al 6% en 2017.
Como es de imaginar, en la actualidad las personas que no tienen acceso a Internet viven en zonas alejadas, a donde es difícil llegar para ofrecer el servicio de conectividad, por eso las tarifas de conexión (en caso de haber conectividad) son más elevadas que en lugares más poblados.
Al mismo tiempo, en estas áreas suelen vivir personas de escasos recursos que no pueden afrontar ese costo y que, en caso de poder hacerlo, es probable que no cuenten con las habilidades digitales para sacarle el máximo provecho a la web como consecuencia de su nivel educativo.
Por caso, quizás les resulte difícil identificar una fake news (noticia falsa) de una real; o que no tenga los conocimientos básicos para realizar cursos online que impartes gratis y en español las universidades más prestigiosas del mundo.
En resumen, no podemos darnos por satisfechos porque el 50% de la población está online. No podemos decir que estamos hablando de un problema de conectividad ya que, como se ve, y dada la cantidad de tareas que podemos realizar desde Internet, estamos ante un fenómeno de una envergadura muy superior. No podemos dejar únicamente en manos privadas las iniciativas que buscan incluir al 50% restante.
No debemos creer que porque nosotros tenemos un teléfono inteligente y una computadora, todo el mundo trabaja, se entretiene, compra y se informa a través de Internet.
Por Débora Slotnisky
Periodista especializada
en tecnología – Twitter: @deboraslot