Una alimentación variada, que incluya pescado, frutas y verduras; actividad física y actitudes positivas; beber por lo menos dos litros de agua potable por día; controles médicos periódicos; ocho horas de sueño… muchos son los consejos para vivir cien años, pocos son los que Arcadia Giménez de Trinidad tuvo oportunidad de cumplir a lo largo de su historia, con la que ayer celebró su siglo de vida.
Arcadia nació en Artigas, Paraguay, el 12 de enero de 1918. Allí pasó su infancia y los primeros años de su juventud. Allí conoció a su esposo, con quien tuvo doce hijos, por supuesto que los partos se desarrollaron en contextos poco favorables. Cinco de ellos nacieron en el vecino país y los siete restantes en Posadas.
Y, por si fuera poco, adoptó a un niño más, que crió como propio, porque su corazón de madre no le permitió mirar a otro lado cuando lo encontró desprotegido.
Trabajó en la chacra y supo llevar grandes canastos sobre su cabeza, cargados de banana que vendía en el pueblo. Lavar ropa en el arroyo.
A su esposo le tocó pelear en la Guerra del Chaco y luego la falta de trabajo en el campo lo obligó a migrar a Argentina. Seis años pasaron hasta que pudo traer a toda la familia a vivir a Posadas, donde se dedicó a la carpintería.
El respeto fue la clave de su matrimonio y con la muerte de su esposo se fue una parte de su vida, hace ya más de veinte años, porque “no encontré un hombre como papá”, aseguró.
Y sus primeros cien años la encuentran lúcida, sana, capaz de andar sólo con la ayuda de un bastón, pero siempre bajo la atenta mirada de sus hijos, que reparten su tiempo para estar junto a ella. Uno por la mañana, las hijas durante la tarde, otro para hacerle compañía durante la cena y la nuera que se queda durante la noche.
Obviamente también están los nietos, sus hijos le dieron 48, quienes a su vez le “regalaron” 59 bisnietos y, estos, nueve tataranietos.
Su historia poco sabe de buscar fórmulas para llegar a los cien años, pero sí de guardar la familia, cuidar de sus hijos, de su esposo, de ser una columna en su hogar y hoy, con un siglo y un día, sentarse en el frente de su casa y leer el diario.