“Aún hoy, a muchos años de su muerte, anda Rosalía caminando las calles y aunque muchos no la ven, sigue camino al hospital buscando su perdido amor, el viento norte en las polvorientas calles de Apóstoles levanta un remolino de tierra, aúllan los perros y sus ojos profundamente grises despuntan una sonrisa clara”, dijo Mario Zajaczkowski sobre la enfermera que cuidó al doctor Julio Jurkowski, el primer director del hospital de la Capital de la Yerba Mate en tiempos en que la inmigración eslava pobló estas tierras.
Esta “historia la escuchaba en mi niñez de la boca de doña Genoveva, mi madre, cuando trataba de meternos miedo para que no deambuláramos por las calles en hora de la siesta”, recordó el escritor y añadió que “el temor era que nos apareciera la presencia errática del fantasma de la ‘Bulteja’, en realidad “la Rosalía”, aquella mujer andrajosa cargada de bultos que vagaba por las caminos terrados, muerta hacía mucho tiempo, cuyo espíritu sin paz rondaba por doquier como una sombra conversando con el viento”.
Y mencionó que “existe otro relato lleno de dramatismo y misterio relacionado a la muerte de Jurkowski, es el que se fue transmitiendo de boca en boca y se hizo parte de la historia testimonial de este pueblo. Cuentan que el médico, a raíz de su afición a las drogas, sufría de una extraña enfermedad llamada catalepsia o muerte aparente, un estado en que el enfermo yace inmóvil en aparente muerte y sin signos vitales”.
“Es muy grave por el hecho de que una persona aparenta estar muerta sin que lo esté, podía ser sepultada estando aún con vida y despertar en cualquier momento. Se cree que el acto de velar a los muertos por 24 horas se debe a esa razón”, apuntó.
“La única que sabía de esos ataques era su amante, la enfermera Rosalía, que viajó a Paraguay para asistir a una parturienta y, cuando regresó, después de casi quince días de ausencia a Jurkowski ya lo habían enterrado. Víctima de un impacto emocional quedó loca y comenzó a vagar por las calles con un montón de bultos y cobijas seguida por una decena de perros”, confió y memoró que muchos son los vecinos que conocieron a Rosalía, a quien también llamaban “Pañi” (doña o señora), que la vieron deambular por las calles y le dieron abrigo y comida de manera solidaria hasta su muerte.
Del amor a la tragedia
Julio Jurkowski, una verdadera eminencia de la medicina y uno de los fundadores de la Facultad de Medicina de Uruguay, se radicó en Apóstoles en 1902, luego de una brillante carrera, pero agobiado ya por erráticas decisiones.
El médico se había casado con la hija de un colega, con la que tuvo a su única hija, María Esther, a quien tiempo después dejó por una amante, Carlota Ferreira, una adicta a la morfina. Abrió una clínica en Salto, Uruguay, país que dejó tras el amorío de su hija con el escritor Horacio Quiroga, se instaló en Córdoba y junto a un colega también polaco, Miguel Laudanski, se dedicó a los enfermos de tuberculosis, pero su socio se suicidó, perdió toda su fortuna y la morfina lo atrapó para siempre.
Ante este escenario, el doctor Jurkowski dejó a Carlota y migró a Apóstoles, donde sabía que se había instalado un grupo de compatriotas, junto a su enfermera, Rosalía, convirtiéndose en el primer médico que tuvo la Ciudad de las Flores.
“Trabajó incansablemente entre los polacos y ucranios que se sentían felices por comenzar a tener atención médica y en idioma eslavo. La epidemia que atacó a los inmigrantes por esos años lo tuvo como gran protagonista y la erección de la cruz, más tarde llamada de los Milagros, lo hizo partícipe directo de acuerdo a relatos de la época”, recordó Zajaczkowski.
Y finalizó: “Murió el 22 de diciembre de 1913, víctima de una sobredosis de morfina, dejó a Rosalía vagando por las calles en medio de una locura de amor de la que nunca se repuso”.
La otra historia
Tras la separación de su esposa, Jurkowski se instaló en Salto, Uruguay, junto a Carlota y su hija, es aquí donde Horacio Quiroga, en un desfile de carnaval, se enamora de Esther, quien a la vez queda prendada por él. Una relación que el médico prohíbe contundentemente y resuelve mudarse a Cosquín, según contó el historiador Esteban Snihur.
Sin embargo, “la clínica abierta en Córdoba comenzó a tener prontamente problemas financieros. En ese complejo contexto aparece nuevamente en escena Horario Quiroga, quien aparentemente durante aquel tiempo transcurrido había mantenido una relación epistolar clandestina con Esther. El rechazo hacia Quiroga por parte del padre de la joven y Carlota vuelve a ser rotundo. Entonces se desata la tragedia menos pensada… Esther se suicida”, sostuvo.