Más de treinta kilómetros separan al paraje El Zoita del ejido urbano de El Soberbio, 17 de ellos deben transitarse por los caminos terrados del cinturón de la biosfera Yabotí. Allí prácticamente una treintena de niños accede a la educación a través del Aula Satélite 3 de la Escuela 120, hasta siempre estuvo librada a la posibilidad de llegar de los docentes, porque recientemente el maestro Leandro Juraszkiewich y su pareja, de la misma profesión, optaron por residir allí. Claro que esto significa todo un desafío.
Los docentes se las ingeniaron para acomodarse en el comedor del (precario) edificio escolar y así trabajaron durante el último tiempo, el suficiente para notar los cambios típicos de la constancia. Comenzando por el aumento de la matrícula, que incluyó alumnos de la comunidad mbya Pindó Mirí, hasta el rendimiento escolar. Entonces, los padrinos del Aula Satélite, el Instituto Multiversidad Popular, lanzó una campaña para reunir materiales de construcción y levantar una vivienda.
“Por el aula satélite pasaron muchos docentes, es de muy difícil acceso, estuvo a punto de cerrarse porque se redujo mucho la cantidad de alumnos, pero este año tuvo un impulso importante, se sumaron más niños, un cambio que comenzó cuando el maestro y su pareja, docente en un aula satélite ‘cercano’, en Paraje Cristal, decidieron afincarse allí”, confió Aníbal Sena, profesor de Multiversidad Popular y opinó que la Escuela Rural Educación Para Las Primaveras, bajo la dirección de Martín Cornell, es un ejemplo de cómo la permanencia del docente en el lugar modifica el entorno.
Además, confió que “nos sorprendió que la comunidad mbya cercana también comenzó a enviar a sus niños”, seis pequeños que con los hijos de los colonos de la zona conforman una matrícula de 22 alumnos.
“Es una comunidad rural, las casas están a dos o tres kilómetros de distancia una de otra, es muy difícil el acceso, y el Aula Satélite viene a copar a todos los chicos de la comunidad que no tienen posibilidades de ir a El Soberbio, es el único acceso a la educación con que cuentan”, describió Martín Pineda, también profesor del instituto terciario, e hizo hincapié en que se trata de un grupo de vecinos muy comprometidos y un reducido plantel docente, Leandro, un muchacho joven, con todo el entusiasmo de trabajar, y la directora de la Escuela 120, Silvia Jacobs.
En tanto Sena destacó “el compromiso de estos docentes, es muy difícil cuando no se está allí, una lluvia mínima impide llegar, también salir, el que estén instalados allí garantiza el dictado de clases todos los días, algo que los padres valoran muchísimo”, entendió que es la única forma de cumplir con la currícula. Y recordó que “tiempo atrás la maestra era la señora del comisario, nunca faltaba porque se hacía llevar con el móvil policial cuando no existía otra alternativa, luego pasaron otros, que no tuvieron las mismas oportunidades, porque realmente es muy dificultoso recorrer el trayecto que separa El Zoita del pueblo.
Vivir allí tampoco es sencillo, “no hay señal de teléfono, los caminos tuvieron trabajos de mantenimiento después de cuatro años, los vecinos se mudan constantemente, principalmente por la escasez de servicios” y, gratamente, hay electrificación rural, apuntó el profesor.
E invitó a acercar también material didáctico, por ejemplo, “tuvimos bibliotecas privadas que nos hicieron importantes donaciones, revistas Billiken, por ejemplo, todo es bienvenido”.
Más allá del horizonte
Hay quienes creen que las casualidades no existen. Y, sin duda fue “esta causa” la que acercó a la Multiversidad Popular a este remoto paraje. Es que aquí se dictan dos tecnicaturas superiores, Ecología Urbana y Agroecología, algunos contactos beneficiaron a la institución con el comodato de 25 hectáreas a las que denominaron “reserva” y donde se llevan adelante las prácticas. “Allí comienza la historia con el aula satélite, se empezó a hacer trabajos de concientización y promoción de la agroecología y la verdad que no prendió mucho, es una zona tabacalera, donde hay mucha rotación de productores, van cambiando la chacra, acercándose a la ciudad, y lo único que veíamos que aglutinaba era el aula satélite y ese fue el puntapié inicial”, recordó Sena.
“Pensamos que en un tiempo este aula satélite se puede convertir en escuela, pero hay todo un proceso de construcción”, deseó Sena, que junto a un equipo de colegas acerca al lugar charlas de capacitación que van desde apicultura yateí hasta producción ecológica.
“Hay una receptividad distinta, a la educación no se la ve como un mal necesario, como por ahí pasa en la zona urbana. Les encanta lo que les llevas, desde una capacitación a una fiesta, lo aprovechan”, reconocieron los profesores.
“Es mucho el trabajo que se está haciendo en ecología y con estas comunidades que por ahí quedan olvidadas”, remarcó Pineda y Sena añadió que “el Estado está presente, pero en ciertos sectores aún no llegó, nosotros estamos tratando de llegar a ellos para no competir por los espacios. Hace diez años, cuando comenzamos, ni siquiera había locales de comida vegetariana, ahora hay un cambio en tendencias de consumo y la idea es ahora que los vegetales no estén tan contaminados. Hay distintas situaciones que hacen que estemos trabajando en esto, no tiene que ver sólo con la propuesta pedagógica”.