Quiero oír mi propia voz cuando escribo con voz clara como el agua, que baja de la montaña. O en la noche atravesar un lago cuando hay viento. Si hay luna llena, se experimenta algo semejante a un viaje espacial, la canoa parece volar sobre el agua como si un solo golpe de remo pudiera impulsarla hasta el otro lado. La luna se multiplica hasta convertirse en las andanadas que produce.
La bruma se forma, se aleja y se forma otra vez. De pie en la canoa, puedo ver por encima de la bruma como si volara sobre las nubes. Y luego, de repente, árboles y rocas cobran formas. Tocar tierra parece ser siempre una sorpresa como el final de un sueño.
La gente tan cautelosa se marchita y acaso jamás florezca… a menos que la precaución sea una flor. ¿Qué aspecto tendría? Tal vez una nuez sea una flor precavida.
Milagrosamente, casi nunca me lastimo, como si el destino no quisiera.
Siempre estaba buscando algo maravilloso.
No soy impresionista, ¡ingeniosa!
Y ahora discúlpeme, pero quiero terminar esta pintura.
En el consultorio de Gina Escobar descubrí un anaquel lleno de frascos, cada uno contenía órganos nadando en formol, frascos llenos de membretes escritos claramente, cerebro de Van Gogh, pulgar de Napoleón, pie de Andresito, cabeza de Mamelucos. ¡Aquello era morboso! Sobre el escritorio, una botella con mi oreja.
Al leer el membrete sentí que todo un nido de tarántulas me corría por la piel:
– ¿Qué piensa usted al respecto?
– ¿Sabía que se arrancó una oreja?
– Sí, ya me enteré. Como muchos pintores. ¿Y por qué los vuelvo locos?
– ¿Lo sabe usted? ¡La envidia! Todos ellos envidian mi genio.
Di las gracias a Freud y regresé a casa.
El doctor no se halló nada contento al saber que Freud había declarado a Van Gogh en sus cabales.
Haiku
Lo que contemos
Existe solamente
Si lo contamos
Colabora
Aurora Bitón
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