Nadie en su sano juicio es capaz de quemar un lugar donde hoy no podrán educar ni atender socialmente a decenas de alumnos de la capital misionera.
“Estas cosas que no tienen ninguna explicación racional son las que siguen lastimando y dañando a una comunidad que quiere lo mejor para sus hijos”, dijo una de las directivas entre humo, cenizas, destrozos y pérdidas.
Para las comunidades educativas que trabajan por la educación, como la escuela “El Cabildo” que sufrió este incendio intencional, cuesta mucho no solo conseguir elementos para uso cotidiano, mantenimiento y ni hablar de las mejoras y ampliaciones. Tanto esfuerzo puede esfumarse en apenas minutos por la barbarie de inadaptados llenos de odio, incapaces de medir sus actos.
“No podemos entender tanta maldad en la gente”, dijo, a su vez, otro docente presente en medio del dolor por lo ocurrido.
Sin dudas, lamentablemente, no es el primer caso que se debe padecer en el ámbito educativo de estas características. Sumados a los constantes robos que sufren muchas escuelas, en algunos casos con récord de ingresos de los malvivientes para llevarse lo ajeno.
La Justicia y la Policía deben llegar hasta las últimas consecuencias contra quienes protagonizan el daño a edificios públicos con tan alto valor en la sociedad, en los cuales no solo se educa para el futuro, sino también se alimenta, se contiene, se fortalecen valores.
Quienes fueron capaces de incendiar la Escuela 527 deberían ser obligados a reconstruir los daños, poniendo de su bolsillo los gastos que demande, para aprender el valor (al menos económico) que significó lo que hicieron.
Seguramente serán las manos solidarias las que se vuelvan a poner en marcha para intentar reconstruir lo destruido por los inadaptados por ahora anónimos.