Se trata de la aparición repentina de un miedo intenso que puede durar minutos u horas, dependiendo de la persona. Durante este período se generan un sinfín de síntomas físicos como taquicardia, dificultad para respirar, temblores, sudoración, sensación de ahogo, entre otros, que causan una gran ansiedad en el sujeto que los padece.
Si bien la sensación de miedo la experimentamos todas las personas en determinadas circunstancias, los ataques de pánico suceden cuando se dispara el instinto de supervivencia por error y la persona tiene la seguridad y la convicción que está en peligro, sin haber causas aparentes que le impliquen un peligro real.
La persona que los sufre, no sabe por qué le ocurren ya que son crisis que advienen en cualquier momento y sin motivos aparentes. Sin embargo, ante esta situación comienzan a evitarse ciertos contextos para evitar que el pánico aparezca, así dejan de salir a lugares cerrados, con mucha gente, no viajan en transportes públicos, prefiere andar siempre acompañado.
Como los síntomas son físicos, suele ocurrir que se inicie un recorrido por todos los médicos para saber qué es lo que está pasando, sin embargo la respuesta es “usted no tiene nada”, ya que dichos síntomas no son más que una manifestación de aspectos mentales.
El pánico se sostiene e instala cuando los pensamientos catastróficos que aparecen a partir de los síntomas corporales se van instalando cada vez con mayor firmeza. Es por ello que los pensamientos son de suma importancia, ya que la reacción física no será la misma si se piensa de una u otra forma. Por ejemplo, si en la madrugada escucho un golpe en la cocina y pienso que es un ladrón, la reacción corporal no será la misma que si pienso que es un objeto mal ubicado que se ha caído.
Para el tratamiento de los ataques de pánico, las terapias cognitivo-conductuales suelen ser las más recomendadas, ya que son las que se dedican a trabajar específicamente en modificar estas distorsiones cognitivas de forma eficaz y relativamente rápida.
Por
Laura Mingo
MP 656